Vuelan los aviones de papel por todos lados. El horizonte muy bajo y el azul lejano de las serranías dejan ver el esplendor del cielo cubierto de avioncitos y piscuchas de todos los colores.
Pedí un café americano sin azúcar, encendí mi vieja pipa de carrizo, y luego de limpiar mis lentes de carey, observé detenidamente la servilleta sobre su mesa, dándome cuenta que también había dibujos de avioncitos volando junto a las piscuchas, sólo que estos eran de un tamaño mucho menor. Hice el intento de saludarlo, pero me contuve, pensando que tal vez lo interrumpía en su ensueño de artista concentrado en su delicado trabajo. Yo seguí entretenido con mi pipa viendo hacia la calle, esperando la oportunidad de entablar conversación con él más tarde.
Y así fue. Me dijo su nombre, me dijo lo que pensaba , me dijo lo que quería, me lo dijo todo y me obsequió la servilleta de papel coloreada con yeso pastel. Yo feliz de conocer a este pintor de cometas y avioncitos de papel, dí el último sorbo de café sin azúcar y salí del lugar como un niño a quien le acaban de regalar un chocolate.
D.U.
(Pájaros al Vuelo, 2001).
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