miércoles, 8 de agosto de 2007

EJERCICIO DOMINICAL



Me habían pedido que escribiera una carta. Lo lamento, pues no es mi género ni mi deseo hacerlo. A cambio, les envío este Ejercicio Dominical escrito con todo interés porque se publique pronto.
Cada Domingo me pongo a escribir sobre la sombra del palo de mango en mi libreta de papel reciclado, como una tarea obligada para relajarme un poco. Pues el estrés semanal y los fantasmas de la enfermedad e incertidumbre provocada por la esquizofrenia, me lo exigen.
Frente a mí tengo la taza de café, la pipa que humea y un roto cenicero de antiguo cristal amarillento. La vela encendida de la memoria hace que en los domingos continúe la historia de este caminante empedernido, sumiso, despreocupado, cuyos zapatos son testigos fieles del andar peregrinando por caminos empedrados.
Cada letra que pongo y repongo en esta hoja, surge desde el surveillant interior que no me deja ver la realidad formal de las cosas. Todo lo veo como en tinieblas. Están ahí, desfiguradas como lienzo de pintor abstracto.
Este ejercicio dominical me llena el alma de hojas secas, de arbustos recién sembrados, de pájaros, de hiedra, de muros y de voces ajenas apenas perceptibles que se vienen subiendo como gatas solitarias por el tejado de la casa.
Este ejercicio dominical está diseñado para introducirlo en el proyecto cartas de locos. Ojalá incluyan estas notas (cachivaches) que vengo arrastrando por callejuelas oscuras de esta ciudad desde el siglo pasado. ¡Ojalá, así sea!

D. Urbano

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