jueves, 10 de junio de 2010

El JARDIN DE ROLANDO


Se viene un olor a patio lejano, cual perfume envasado por manos femeninas.
Se viene un olor a mango maduro, cayendo de las ramas en medio de la lluvia que moja la tierra de Junio.
Se viene un olor a flor de izote como el de los pañuelos blancos guardados en cajas de la tienda del pueblo.
Un olor a sotana y mantilla de las misas de domingo. Y por las noches un conejo blanco en el traspatio lame la grama.
La pelota de tenis salta sobre una cancha terrosa frente al parque, y Rolando va tras ella.
Vuelven los olores a lápiz y cuadernos escolares desde el fondo del bolsón de manta. Con el recuerdo todo vuelve. Los patines, los botines federicas sobre la piedra y grama de las calles donde pasa una carreta de bueyes y los caballos rumiando en los establos particulares de las casas; con zaguanes abiertos. En las aceras, macetas de flores sobre pantes de leña húmeda expuesta al sol del mediodía. Y en una esquina, un balcón del barrio, coronado con tejas de barro.
Del rincón de la memoria se viene el recuerdo del poeta solitario escribiéndole a Mayo, en su primer jardín de rosas entre lluvias.
Una vela encendida alumbra el camino al paso de la hormiga y del tiempo, dejando la huella de las letras de Rolando.
Hoy tenemos un jardín cultivado por el poeta de la rosa. Jardinero al fin, del verso y de la prosa
En los primeros días del mes de Mayo del 2005.






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