miércoles, 9 de junio de 2010

EL ENTORNO



Un poeta puede ser alguien que pasa frente a nuestra casa.

Abre los ojos, levanta una mano, y nos dice adiós.

Después no lo volveremos a ver, naturalmente.

Se perderá en el tiempo. Como se pierde un pájaro en pleno vuelo.

Estas son las palabras del entorno, las que nos llegaron desde el riachuelo de la montaña más lejana, donde duerme el anciano de blanca barba y bastón iluminado.

Palabras sin fin, sin tiempo, sin medida y sin confrontación con otras que surgen de las plumas más delicadas en el mundo de las letras. Por fin vamos llegando a la casa del escritor, donde sólo él, con una lámpara encendida, nos espera para compartir el pedazo de luna que en el cielo se dibuja. Y diremos al unísono ¡Luna dame pan, si no tenés, andá al volcán!

Llegamos a la casa de Fernando Pessoa, el poeta tímido, que para escribir tuvo que inventarse algunos nombres que los críticos literarios llaman heterónimos. Allí, en su casa, podemos observar rimeros de papeles firmados por sus amigos inventados tales como un tal: Álvaro de Campos o Ricardo Reís y otros más que poblaron de letras y poesía sus escritos.

Hemos dicho ya, que la heteronimia existe no sólo en la obra de Pessoa. Poeta que nos merece el respeto con toda lealtad de la palabra. Juan Caminos, Domingo Urbano y otros más que Julio sabrá nombrar, son o no son heterónimos de un fulano que no quiere dar su nombre, y que, por circunstancias propias de su edad, prefiere quedarse al margen de los días. Escondido como un ratón que espera ver entrar la luz del sol por la rendija.

Manuel

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