jueves, 10 de junio de 2010

Perdí el camino

A Saramago en El Salvador.

No sé si perdí el camino o el lugar donde nació el que antes tuvo otro nombre. El del que entonces decían era un artista.
Que fue pintor o malabarista o deportista. No recuerdo bien lo que decían, pues un artista puede ser lo que se quiera, menos lo que él crea ser en su momento. Tantas cosas se dicen entre comillas y comidillas, lo cierto es que no todo es del color como lo pintan.
Esta mañana de lluvia tempranera vino a la casa mi maestra de computación a darme la clase programada. Y dijo: ponga aquí el cursor y arrastre el ratón sobre el texto. Después de sombrearlo estará listo para otra opción más llevadera. Le hice caso como el niño que aprende la primera lección del abecedario. No se detenga –me indica- señalando el lugar donde está la tecla enter marcada con una flechita quebrada.
Qué más puedo decir a esta hora de la noche cuando el mundo duerme y el espíritu despierta? Contaré mi historia como una autobiografía con esta nueva forma de escribir, o simplemente contaré la de otras gentes que andan por ahí.
Anaid, – mi maestra guía y consejera cibernética- tiene un aire de joven inteligente sometida a los vaivenes del estudio y otras actividades combinada con su trabajo. Está ahí, sentada frente al monitor viendo qué más me puede enseñar. Tomo el lápiz carbón, hago un rápido bosquejo del instante en que ella vuelve su rostro hacia la ventana donde las gotas de lluvia se deslizan sobre el cristal.
Por ahora he terminado la tarea de consignar en este espacio algo de lo que pareciera ser parte de una autobiografía, que sin quererlo he dicho antes, no pretende ser lo que parece. Mi nombre puede ser Iván, Domingo o Juan. No importa cual sea el nombre del que escribe o pinta su autobiografía.
No se si más tarde, en el amanecer, seguiré escribiendo esta historia que viene a ser como el respiro que al despertar da un niño con frío, envuelto en la sábana bordada por su madre en la máquina de coser en aquella casa antigua de ventanas pequeñas y leños encendidos en la cocina de hornillas y chimenea, donde alguna vez apareció un duendecito con su carita tiznada; que sonriente daba los buenos días en plena madrugada.
A esta incipiente autobiografía, el autor podría llamarle “Artelías”, porque efectivamente es la expresión de líos o lías del arte y de la vida. Alguien mejor que Saramago podría pronunciarse así. Anotando en su cuaderno de apuntes las frases más sueltas para una nueva caligrafía. Tal vez él le añadiría otros conceptos a esta pretensión de querer cubrir las palabras con velos intelectuales. El mago de la pluma que es nuestro huésped Nobel, José Saramago, sentiríase complacido cuando al ser nombrado en estas líneas, por quien no piensa como él, pero si atento a lo que escribe y describe. Además, por considerarme su hermano desconocido por haber gozado su libro muy leído llamado “Manual de pintura y caligrafía”.
Este escrito nació en la noche menos esperada, pues llovía torrencialmente, la que nadie anunció en la televisión, mucho menos en los periódicos, donde hay especialistas en titulares, sobre todo en las notas rojas, alarmantes; anunciando huracanes que nunca han penetrado a la ciudad por razones que conocen los costeños.
Pues bien, aquí estoy, sin pinceles, sin brochas, sin espátulas, sin colores. Sólo estoy solo. La pintura se ha convertido en palabras, en frases, en párrafos; en una sola escritura. ¡Qué desdicha, qué aventura!... Es como perder el camino.
Manuel Elías

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